Críticas de literatura
Reseña: «La devoción del sospechoso X» de Keigo Higashino. Novela negra japonesa de calidad.
Resumen de la Crítica
Valoración
La primera obra del autor, Keigo Higashino, que llega a tierras españolas, es un relato policíaco, una novela negra reconstruida, en la que se conoce la identidad del asesino desde el principio, sin que sea óbice para que una historia aparentemente sencilla, nos seduzca hasta las últimas páginas.
Desde el primer capítulo sabemos que, tanto la madre, Yasuko, como su hija, Misato, asesinan al exmarido acosador de Yasuko cuando aparece en su casa y, extrañamente, reciben la visita de su vecino, Ishigami, que les convence para deshacerse él mismo del cuerpo y encubrirlas hasta el final. A partir de ese momento y el de la aparición del cadáver, la labor policial deberá desmenuzar el caso, investigar a los sospechosos y evaluar sus coartadas, con el fin de encontrar a las verdaderas culpables.
Mediante esta novedosa premisa, reconstruyendo el caso desde el final, el autor japonés da una vuelta de tuerca al género negro y permite adentrarnos un poco en la mente del personaje de Ishigami, un genio de las matemáticas que pone toda su capacidad de raciocinio en la empresa de evitar que las sospechas del asesinato recaigan en Yasuko y Misato. Creando pruebas falsas, ajustando el escenario donde se encuentra el cadáver, guiando a la familia en una hoja de ruta milimétricamente ideada para evitar su vinculación, Ishigami dirige de forma maestra a todos los implicados a su ideada suerte. Sólo la participación de un físico, Yukawa, en ayuda a la Policía, podrá poner en jaque el entramado de Ishigami.
Toda la novela desprende un aroma añejo, a película de cine negro de los años 50, enfatizando los esfuerzos en los interrogatorios de la policía, la investigación de las coartadas y el instinto de los policías, que en el trabajo milimétrico y aséptico del departamento científico, ayuda anecdótica para definir algunos detalles. Por eso, el mismo lector se ve atrapado en el juego del genio junto a la policía, en un proceso de revelación pausado y preciso. Es de agradecer que, tras la contaminación que sufrimos por la excesiva prerrogativa en las vicisitudes de la tecnología, se nos presente una historia basada en los más básicos instintos humanos, únicos elementos volátiles dentro de la ecuación entre la máquina y el hombre.
Es cierto que, por estos mismos motivos, el lector debe hacer un esfuerzo por desmarcarse de los referentes actuales vinculados a procesos que nos privan del contacto humano directo, y sumergirse en la historia virgen de burocracias, pendiente de los mínimos detalles por ser descubiertos. Por desgracia, en ocasiones se hace imposible evitar pensar que algunas situaciones carecen de verosimilitud, desconociendo si es por un natural escepticismo o por el resultado de que la acción suceda en la sociedad japonesa, tan alejada de la filosofía occidental, y afectan al resultado final de la novela.
De todas maneras, es una lectura muy recomendable, atrevida en su juego con la novela negra y con la calidad suficiente como para engancharnos página tras página hasta un sorprendente final.
Desde el primer capítulo sabemos que, tanto la madre, Yasuko, como su hija, Misato, asesinan al exmarido acosador de Yasuko cuando aparece en su casa y, extrañamente, reciben la visita de su vecino, Ishigami, que les convence para deshacerse él mismo del cuerpo y encubrirlas hasta el final. A partir de ese momento y el de la aparición del cadáver, la labor policial deberá desmenuzar el caso, investigar a los sospechosos y evaluar sus coartadas, con el fin de encontrar a las verdaderas culpables.
Mediante esta novedosa premisa, reconstruyendo el caso desde el final, el autor japonés da una vuelta de tuerca al género negro y permite adentrarnos un poco en la mente del personaje de Ishigami, un genio de las matemáticas que pone toda su capacidad de raciocinio en la empresa de evitar que las sospechas del asesinato recaigan en Yasuko y Misato. Creando pruebas falsas, ajustando el escenario donde se encuentra el cadáver, guiando a la familia en una hoja de ruta milimétricamente ideada para evitar su vinculación, Ishigami dirige de forma maestra a todos los implicados a su ideada suerte. Sólo la participación de un físico, Yukawa, en ayuda a la Policía, podrá poner en jaque el entramado de Ishigami.
Toda la novela desprende un aroma añejo, a película de cine negro de los años 50, enfatizando los esfuerzos en los interrogatorios de la policía, la investigación de las coartadas y el instinto de los policías, que en el trabajo milimétrico y aséptico del departamento científico, ayuda anecdótica para definir algunos detalles. Por eso, el mismo lector se ve atrapado en el juego del genio junto a la policía, en un proceso de revelación pausado y preciso. Es de agradecer que, tras la contaminación que sufrimos por la excesiva prerrogativa en las vicisitudes de la tecnología, se nos presente una historia basada en los más básicos instintos humanos, únicos elementos volátiles dentro de la ecuación entre la máquina y el hombre.
Es cierto que, por estos mismos motivos, el lector debe hacer un esfuerzo por desmarcarse de los referentes actuales vinculados a procesos que nos privan del contacto humano directo, y sumergirse en la historia virgen de burocracias, pendiente de los mínimos detalles por ser descubiertos. Por desgracia, en ocasiones se hace imposible evitar pensar que algunas situaciones carecen de verosimilitud, desconociendo si es por un natural escepticismo o por el resultado de que la acción suceda en la sociedad japonesa, tan alejada de la filosofía occidental, y afectan al resultado final de la novela.
De todas maneras, es una lectura muy recomendable, atrevida en su juego con la novela negra y con la calidad suficiente como para engancharnos página tras página hasta un sorprendente final.