Crítica: «Los nombres muertos», de Jesús Cañadas
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Crítica "Los nombres muertos", de Jesús Cañadas
El gigante editorial Random House Mondadori, mediante su sello especializado en fantasía y ciencia-ficción, sigue ofreciéndonos alguna grata sorpresa. En este caso, el elegido ha sido un título del joven autor gaditano Jesús Cañadas. No se trata de un desconocido precisamente, puesto que ya vio su primera novela, El baile de los secretos, publicada en 2011 por la editorial Grupo AJEC. Además, sus relatos han ido apareciendo asiduamente en publicaciones como Asimov Magazine, Lovecraft Magazine, Miasma y Aurora Bizarre. También ha sido incluido en antologías tan relevantes como Visiones 2008, Calabazas en el trastero, Errores de percepción, Fantasmagoría o Charco negro.
Tener un currículo como éste a veces supone al escritor una carga extra de responsabilidad a la hora de publicar un nuevo trabajo, pues el público tiende a ser más exigente con los autores consolidados. Sabedor de esta circunstancia, Jesús Cañadas se ha tomado su tiempo para cocinar su obra a fuego lento, con un proceso de documentación minucioso que le ha llevado a viajar a los lugares en los que se desarrolla su historia para impregnarse del entorno al máximo. El resultado: una novela redonda en la que no deja nada al azar.
El planteamiento no podría ser más sugerente para todos los amantes de la literatura fantástica y de terror: ¿qué habría pasado si el infame libro maldito conocido como Necronomicón fuese real? Nos estamos refiriendo al mismo texto prohibido que fue ideado por Howard Phillips Lovecraft a principios del siglo XX para dar cohesión a sus relatos de terror cósmico sobrenatural y que fue adoptado al mismo tiempo por otros escritores contemporáneos suyos. Tales autores como Robert E. Howard, Clark Ashton Smith o Frank Belknap Long, entre otros, hicieron suya la leyenda en torno al libro, convirtiéndolo en un fetiche que ha influido de manera significativa no solamente en la literatura, sino también en el cine. Películas como Evil Dead y sus secuelas, o la española La herencia Valdemar retoman los mitos de Chtulhu y el Necronomicón como marco para sus argumentos.
Los nombres muertos nos presenta a un Lovecraft de cuarenta y un años, que tras haber visto cómo su matrimonio fracasaba después de un intento de vivir en Nueva York, regresa a su Providence natal. A falta de su madre, ya fallecida, encuentra otra figura maternal, aunque posesiva hasta lo enfermizo, en su tía. Juntos conviven en el hogar familiar, donde Lovecraft pasa perezosamente los días en una nube de autocompasión. Se siente hastiado de su carrera como escritor, la cual considera un fracaso total. Es entonces cuando recibe la visita de su amigo, el joven escritor Frank Belknap Long, que le idolatra. Éste le revela una información que recientemente ha conocido por mediación de la viuda de un misterioso millonario neoyorquino: el Necronomicón existe, y le han encomendado a Lovecraft la misión de encontrarlo. Éste será el desencadenante que propiciará, aunque a regañadientes, que el apocado escritor de Providence abandone la seguridad de su hogar para, al igual que un moderno Bilbo Bolsón, encontrar aventuras asombrosas y peligros desconocidos.
Aquellos que hayan leído este artículo hasta aquí y sean conocedores de la biografía de Lovecraft, seguramente estarán sonriendo con una mezcla de condescendencia y malicia: «venga, hombre, si Lovecraft era lo más alejado de un aventurero que se pueda imaginar». Probablemente más de uno se esté temiendo un pufo de la talla de Abraham Lincoln, cazavampiros y otras aberraciones similares. Debo confesar que a mí me sucedió algo parecido al leer la sinopsis (mea culpa). Pero la realidad es otra bien distinta (alabado sea Yog-Sothoth). Ya en las primeras páginas de la novela queda patente que la caracterización de los personajes está tan bien lograda que resulta totalmente creíble su participación en una historia como ésta. Sus motivaciones evolucionarán de forma sutil a medida que se van conociendo más detalles de la trama. Ése es otro de los puntos fuertes de la novela: la exposición con cuentagotas de los aspectos misteriosos, que generan una intriga de la que cuesta sustraerse.
Tenemos a Lovecraft, escéptico como el que más (no en vano sabe que el Necronomicón es una invención suya), una persona maniática y que se considera a sí mismo un enfermo (por algo se hacía llamar El Abuelo entre sus amigos de pluma). Su forma de expresarse es tan sofisticada y pedante que resulta cómica, hasta en las situaciones más comprometidas. Por otra parte, Frank Long es el joven (y asmático) acompañante del antihéroe, proporcionando un contrapunto pragmático a sus extravagancias. El tercer miembro de la comitiva es, como no podría ser de otra manera, Robert E. Howard. Su gusto por las armas de todo tipo y su lenguaje tabernario le convierten en una versión mundana de una de sus creaciones literarias. El padre de Conan hará las veces de matón de rudos modales y con tendencias aventureras que rayarán en el afán autodestructivo. Cada personaje aparece nítido y real, tal y como se reflejan en los documentos escritos que han llegado hasta nuestros días. Ninguno se salvará de tener que enfrentarse a sus demonios personales en uno u otro momento. Sus miedos y obsesiones les harán reaccionar de una determinada manera a las diferentes situaciones límite que salpican las más de quinientas páginas por las que se extiende la historia.
Otros personajes históricos harán las delicias de los fans, como J.R.R. Tolkien, Salvador Dalí, Arthur Machen o Charles Chaplin, entre otros. Es también de agradecer el papel que desempeña el controvertido mago Aleister Crownley, que cada vez que entra en escena llega a hacernos dudar si lo que está sucediendo es real o impostado. De hecho, esta es una nota dominante en toda la obra: unas veces, el autor nos hace pensar que la historia del Necronomicón es auténtica y otras todo parece apuntar a que se trata de una invención. La trama principal se complica con varias subtramas que incluyen a diferentes personajes misteriosos y lugares reales como Providence, Berlín (con el comienzo de la hostilidad antisemita del partido nazi) o Damasco. Los lugares cobran solidez hasta llegar a convertirse en auténticos personajes de la novela, sin los cuales la historia no sería la misma.
Tratándose de una novela ambientada en 1931 y con personajes tan estrechamente vinculados a la literatura pulp, el estilo del autor tenía necesariamente que adaptarse para resultar creíble. En esto, también hay que felicitar a Jesús Cañadas, pues lo ha bordado. Sus figuras literarias están en concordancia con el ambiente que pretende crear. Los adjetivos y sustantivos rezuman pesadez, o angustia, o terror cuando deben hacerlo.
Para ilustrar lo anterior, valga un simple ejemplo de los muchos que se podría nombrar: «Estaba boquiabierto, paralizado como un niño que contempla su primera Navidad, o su primer entierro». Con frases así, inquietantes y crudas, consigue construir unas atmósferas perfectas que despiertan el auténtico placer por lo macabro.
No obstante, siendo puntillosos, se podría encontrar algún aspecto mejorable en líneas generales. La estructura se divide en cinco partes, que suelen coincidir con el final de un fuerte clímax dramático y una nueva revelación que supondrá un punto de giro en la trama. En cierto modo, recuerda a las clásicas películas de búsquedas aventureras como Indiana Jones y la última cruzada, en la que tras seguir una pista hasta el final, descubren algún indicio que les hará emprender un nuevo viaje. Tanto clímax y anticlímax satura un tanto la atención del lector, de modo que cuando se acerca el final del libro, éste puede parecer un tanto descafeinado. Sin embargo, el autor lo soluciona hábilmente con una traca final al más puro estilo EC Comics o Weird Tales. Es significativo que el único defecto que puede achacarse a una novela sea que tiene demasiada tensión argumental a lo largo del nudo; además de ser una opinión discutible, demuestra que es un libro tremendamente entretenido.
Como curiosidad, quisiera mencionar que esta primera edición (es de suponer que habrá muchas más en adelante) contiene una errata en forma de falta de ortografía que se le ha pasado a los editores. Quienes gusten de coleccionar rarezas literarias harían bien en adquirir una copia antes de que se agoten, pues podría convertirse en una pieza de coleccionista. Se trata de lo siguiente: en la página 353, dice… ¡Pero no, que cada uno lo compruebe por sí mismo!
Felices pesadillas.