Críticas de literatura

Reseña: «Coraline», de Neil Gaiman

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Coraline es una de las obras mejor ejecutadas de Neil Gaiman, autor que a pesar de su éxito cuenta con un inmenso número de productos de escasa calidad en su manufactura.

Narra una historia de terror que parte desde el punto de vista de una niña de 12 años, Coraline Jones. El hecho de que su protagonista aún no haya abandonado la infancia no lo convierte obligatoriamente en un libro de miedo para niños, aunque por la intención es evidente que está dirigido a un público juvenil. Esto, por supuesto, tampoco quiere decir que un adulto no pueda disfrutar igualmente de su lectura.  

Nuestra protagonista es una muchacha diferente (su propio nombre no es nada común), enérgica, curiosa, inquieta y valiente. El punto flaco de Coraline es la tremenda soledad que siente al mudarse a su nueva casa. Allí no tiene amigos aún y sus padres no le prestan atención porque están demasiado ocupados trabajando. La niña se aburre, no tiene con quién jugar, sus padres no le hacen caso, la casa es vieja y rara, como sus nuevos vecinos, y la comida asquerosa. La soledad y la falta de atención, que Coraline interpreta también como falta de afecto, provocan en la niña un deseo de algo mejor, de una vida diferente y emocionante. Lo que necesita y busca Coraline es una aventura.

Esta ansia de emociones se manifiesta en la niña a través de la exploración. Coraline explora la casa y sus alrededores en busca de algo divertido. El espacio va a tener una gran importancia en la novela. El interior de la casa, el jardín y los alrededores son los límites dentro de los que van a desarrollarse los acontecimientos. Estos espacios funcionarán como puntos de inflexión. El pozo, por ejemplo, marcará el final de la historia.

Precisamente durante una de sus exploraciones, Coraline se topa con una vieja puerta de madera en el salón, la única que no se abre. Esto despierta inmediatamente su curiosidad. Abrirla es un reto y comprobar adónde lleva una aventura. No duda en preguntar a su madre sobre la enigmática puerta. Esta saca un manojo de llaves y coge la más “grande, renegrida y oxidada”. La puerta solo da a una pared de ladrillos. La madre de Coraline piensa que seguramente se tapió al dividir la casa en varios apartamentos y le da tan poca importancia que la deja abierta.
 
La puerta será solamente uno de los muchos símbolos y objetos mágicos que se activarán a lo largo de la historia. Desde siempre, las puertas han transportado a los héroes a mundos lejanos y maravillosos. Eso es justamente lo que le sucede a Coraline, que va a parar a una casa casi exactamente igual a la suya. Algunos cambios en la decoración la advierten del peligro, como el extraño color verde de la pared o el cuadro del niño vestido con ropa antigua, que en la nueva casa “miraba las burbujas como si pensase hacer algo repugnante con ellas”.
 
Otros objetos mágicos que aparecen serán, además de la puerta, las llaves, los espejos, el pozo, la niebla, la casa nueva, la piedra agujereada, los ratones, las ratas, el gato, la araña. Todos estos ítems están relacionados con las supersticiones y lo sobrenatural.
 
Los espejos, por ejemplo, sirven como portales para conectar los dos mundos. Son engañosos porque muestran alternativamente lo que es verdad y lo que no. La ‘otra madre’, que curiosamente no se refleja, declara que “no puede uno fiarse de los espejos”.  
 
La piedra agujereada en el centro es un amuleto habitual. Tradicionalmente, a través de este agujero podía verse el mundo de los espíritus, lo que estaba oculto o aquello que se encontraba fuera del alcance de la vista humana.  
 
Los propios botones que lucen en lugar de ojos los habitantes de la ‘otra casa’ de Coraline nos recuerdan a los muñecos. Por un lado, estas criaturas son las marionetas con las que juega la otra madre y, por otro, los botones sugieren desde el principio que se trata de seres artificiales, “de mentira”. El muñeco del padre de Coraline habla más de la cuenta cuando la otra madre no está presente. Es evidente que ella tiene que controlarlos.
 
Los ratones se presentan en contraposición a las ratas. Mientras que los primeros llaman a Coraline por su verdadero nombre (no “Caroline”) y le envían mensajes de alerta, las ratas la conducen al mundo de la otra madre. Son sus secuaces.
 
El gato es un animal misterioso, capaz de cruzar entre los dos mundos. Es quien más parece conocer a la otra madre, a la que odia, y quien ayudará a Coraline a vencerla. En el otro mundo puede comunicarse con ella y se muestra altivo al principio. Asegura que no posee un nombre porque los gatos ya saben quiénes son y no los necesitan. Aunque el gato es símbolo de mal agüero y acompañante de las brujas, en la cultura anglosajona  posee también una connotación positiva. Siempre ha estado ligado al mundo de los sueños y la magia.  
 
La araña será nuestra antagonista. “A Coraline la ponían muy nerviosa las arañas”. La bruja de la historia es sin duda uno de los puntos fuertes del libro. Esta bruja-araña se disfraza de la madre de Coraline para engañarla, para atraparla en su telaraña. Crea para ella un mundo fantástico donde todo es emocionante. Incluso la comida es fabulosa. Sus ‘otros padres’ al fin le prestan atención y se desviven por hacerla feliz. A cambio, solo le piden que se quede con ellos para siempre y que se cosa botones en los ojos. La ‘otra madre’ es un ente antiguo y malvado, que teje su tela, su otro mundo, para atraer a los niños que se sienten solos. Aunque se parece mucho a la madre de Coraline, tiene la piel blanca como el papel, dedos demasiado largos, uñas curvas y afiladas de color rojo, botones como ojos y es más alta y delgada. Coraline le pregunta al gato cuáles son sus intenciones y este le responde lo siguiente: “Supongo que quiere amar algo, algo que no sea ella misma. Es como si le apeteciese comer. Es difícil saber lo que sienten las criaturas así”. La bruja desea que la amen, pero no sabe amar. En ella solo hay instinto de posesión (quizá porque efectivamente confunde amar con comer). Su única debilidad son los juegos y los retos. Desafiarla es la única vía de la que dispone Coraline para escapar de su telaraña.

Otra de las virtudes del libro es su ritmo, que va in crescendo desde la inquietud al terror. En las primeras páginas asistimos a la premonición del peligro que se manifiesta en pequeños detalles, como la niebla que de pronto rodea la casa. “Coraline (…) proyectaba una gran sombra deforme sobre la alfombra del salón: parecía una mujer flaca y gigantesca”. Los ratones envían a Coraline (no “Caroline”) un mensaje de advertencia, “No cruces la puerta”, y sus vecinas las señoritas Spink y Forcible le auguran un espantoso destino a través de los posos de té. Finalmente, el horror se desata al verse atrapada y Coraline tendrá que ser cada vez más valiente, enfrentando sus miedos y sus errores, para recuperar su antigua vida.
 
En definitiva, Coraline nos habla de soledad, del deseo de un mundo mejor, de valentía y de amor. La narrativa es ligera y está bien construida. Como suele suceder en sus obras, el mundo que nos presenta Neil Gaiman está plagado de símbolos y objetos mágicos que hacen de esta novela una lectura entretenida y estéticamente interesante.

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