Los cuentos infantiles y el terror: no siempre estuvieron enfrentados
El terror y los libros infantiles no han estado siempre enfrentados, pese a que lo pudiera pensarse a priori. Al fin y al cabo, es en la infancia donde se producen buena parte de los traumas y miedos que luego permanecen dentro de nosotros, y muchas veces éstos se crean debido a lo que leemos cuando éramos unos niños.
Sin embargo, pese a lo siniestro de determinadas narraciones, muchos de estos cuentos son necesarios para nuestro desarrollo humano, porque nos enseñan a tener miedo de cosas a las que es mejor tener miedo, o porque nos muestran lo duros que son ciertos matices de la vida, algo que según muchos educadores es necesario no ocultar a los más pequeños.
De ahí que los cuentos de hadas y los cuentos infantiles clásicos tuvieran pasajes realmente siniestros. No hay más que recordar fábulas como “Las zapatillas rojas” de Hans Christian Andersen, en la cual una niña encuentra unas zapatillas rojas, se pierde en la vanidad de tenerlas y olvida sus obligaciones y el cariño a sus seres queridos… y al final las zapatillas cobran vida y la hacen bailar frenéticamente para su desesperación y posterior arrepentimiento (cortándose los pies, todo sea dicho). O “La sirenita”, escrita originalmente como un ballet, cuyo final era mucho más trágico que el reflejado por la película de Disney de 1989.
O los hermanos Grimm, cuyo “El enebro” provocaría escalofríos a más de uno: una madrastra le corta la cabeza a su hijastro y le hace pensar a su hija que fue ella quien lo asesinó. Así que ésta cocina al niño y se lo da de comer a su padre… pero los huesos del pequeño, enterrados bajo un enebro, se convierten en un pájaro que mata de locura a la madrastra.
Como veis, los libros infantiles de hace años eran muy duros y no se andaban con pequeñeces. Y no sólo los publicados por autores reconocidos sino que también lo eran los cuentos pertenecientes al folclore, procedentes de versiones orales y escritas de varios lugares del mundo. Historias como “La cenicienta” o “La bella durmiente del bosque”, que perduraron durante muchos años en la tradición oral aunque luego fueran adaptados por los hermanos Grimm y otros.
Desde luego, resulta un ejercicio bastante interesante el redescubrir aquellos cuentos clásicos que hemos conocido desde pequeños, suavizados hasta decir basta para adaptarlos al público contemporáneo, y averiguar hasta qué punto eran fieles a las historias originales.
Y no sólo eso, sino también investigar en qué cambió la trama según las diferentes adaptaciones con el paso de los años, o incluso según el lugar en el que se contaban de manera oral. “La cenicienta” cuenta con varias versiones egipcias, una china, otra vietnamita, la de Giambattista Basile, la de Charles Perrault (una de las más conocidas en occidente), la de los hermanos Grimm e incluso la de los indios abenaki, de América del norte. Todas ellas situadas en diferentes épocas, por supuesto.
Los que os hemos traído son sólo ejemplos, ya que la inmensa mayoría de los cuentos clásicos tienen varias versiones mucho más oscuras que las que todos conocemos. “La caperucita”, “Los tres cerditos”, “Rapunzel”…
Está claro que la atracción por los cuentos siniestros no es una novedad, pese a que se atribuya a los adultos. Los niños, al fin y al cabo, leen lo que les ofrecen sus padres, y éstos en otros tiempos se esmeraban en leerles cuentos con una finalidad educativa. Las brujas y los lobos del bosque, a fin de cuentas, enseñaban que no debían alejarse demasiado de sus progenitores y menos aún en el bosque cercano al poblado en el que vivían.
La lectura es algo muy importante para una mente infantil, le ayuda a potenciar su imaginación, su creatividad y le hace preguntarse cosas más allá de lo que ve y siente cada día. Sin embargo, deberíamos preguntarnos hasta qué punto es recomendable leerles según qué detalles de la vida, o si deberíamos dejarnos llevar por la corriente actual de unos libros infantiles muy suavizados que enseñan una moraleja mucho más clara y cercana. Y, se supone, con menos posibilidades de crear según qué traumas.
Los tiempos cambian, y la literatura cambia con ellos. Es decisión de los padres qué les gustaría que leyeran sus hijos y qué les gustaría que aprendieran de ellos. Siempre y cuando les fomenten la lectura, algo imprescindible en su educación y su desarrollo como personas.