Crítica: The Horde (Orda)
Resumen de la Crítica
Valoración
La película nos da la bienvenida con una escena en la corte de la Horda de Oro, uno de los estados en los que quedó dividido el imperio mongol de Temugin, más conocido como Genghis Khan. Öz Beg, el khan actual, está recibiendo a dos enviados del papado de Aviñón, que no hacen más que ponerse en evidencia gracias a su ignorancia de las costumbres de sus anfitriones, oportunidad que Öz Beg aprovecha para avergonzarlos aún más y provocar la carcajada entre sus cortesanos. Poco después, asistimos a una de las costumbres más arraigadas dentro de los kanatos: Öz Beg es asesinado por su hermano Jani Beg, que rápidamente lo sucederá como líder de la Horda de Oro y personaje principal de la película, poniendo la también tradicional excusa de que su hermano se ha atragantado con un hueso de cordero.
Entra en escena Taidula, reina de la Horda de Oro, madre de Öz Beg y Jani Beg, y fácilmente el personaje más carismático de la película. Taidula servirá de gancho para introducir al protagonista de la segunda mitad del film: tras caer enferma, su hijo Jani Beg remueve cielo y tierra buscando el brujo, alquimista o milagrero que la cure. Después de abundantes desengaños, manda llamar a Alejo, arzobispo metropolitano de Moscú, un barbudo muy influyente y de pía reputación. El príncipe Iván II de Rusia (Iván II Ivánovich el Justo), muy cercano al sacerdote, ve el terrible potencial de la llamada del Khan: Si Alejo tiene éxito, puede confiar en la benevolencia de Jani Beg… tanto como en su ira si fracasa.
A partir de aquí, la película cobra un tono decididamente hagiográfico, además de monótono, siguiendo paso a paso al arzobispo a través de mil y un adversidades, que aunque bien aderezadas con intervenciones de los otros personajes y giros argumentales, son presentadas con una extensión y prolijidad excesivas. Queda patente que relatar las peripecias del santo Alejo de Moscú es al menos tan importante como recrear el mundo de la Horda de Oro.
La ambientación y la fotografía son impactantes, y la mayoría de los personajes son carismáticos, incluso algunos secundarios. Las vestimentas y los escenarios son efectivamente de un lujo asiático, hasta tal punto que podemos distinguir modas dentro del tiempo que transcurre en la película. Las escenas suscitan con eficacia las emociones que les corresponden, y no falta el alivio cómico, que frecuentemente tiende al negro debido al poco valor que se le otorgaba a la vida humana en el período; pero el argumento mismo pierde protagonismo frente a las vicisitudes del arzobispo metropolitano, a las que aunque sean parte esencial de la historia, se les concede demasiado peso.