Crítica: «Terra Nova Vol. 2», de Fantascy. Vuelven las antologías con más fuerza que nunca.
Resumen de la Crítica
Variedad
Originalidad
Calidad
Presentación
Estimulante
Vuelven las antologías de la mano de Fantascy.
Fantascy, el sello editorial de Random Huose-Penguin dedicado a la fantasía y la ciencia ficción, nos sorprendía el pasado mes de noviembre con el segundo volumen de Terra Nova. Se trata de la continuación del proyecto iniciado por la editorial Sportula, autora del primer tomo, y que sigue reuniendo una cuidada selección de relatos de autores nacionales y foráneos. La premisa sigue siendo la de incorporar valores ya consagrados junto con otros menos conocidos por estos lares, pero muy dignos de ser descubiertos y disfrutados por los aficionados a la buena ciencia ficción. La selección corre a cargo de Mariano Villarreal y Luis Pestarini, siendo el primero de ellos el encargado del prólogo.
El prólogo de una antología, aunque suene a perogrullada, es lo primero que hay que leer antes de decantarse por una u otra. Es el mejor apartado, muy por encima de la contraportada, para asegurarnos de que el libro que tenemos entre las manos es una buena elección. Y debo decir que éste en concreto, a mí me causó una cierta desazón. Comienza describiendo, de forma típica, el género de la ciencia ficción, para seguidamente tratar con desdén superlativo la space opera (subgénero de aventuras en el espacio, al que pertenecen las sagas de Star Trek y Star Wars, por ejemplo) y sus derivados: «esa imagen trasnochada, ingenua, ridícula, escapista y literariamente intrascendente está quedando afortunadamente atrás, arrinconada en el baúl de los recuerdos por obras excelentes escritas por narradores actuales de prestigio». A continuación, cita una serie de autores que han sido galardonados con premios literarios importantes y que, en algún momento de sus carreras, escribieron alguna obra que podría encuadrarse dentro de la ciencia ficción.
Realmente, los prólogos de las antologías han cambiado poco en los últimos cincuenta o sesenta años. De todas ellas se desprende cierto tufillo a complejos mal disimulados. La diferencia entre antes y ahora, básicamente, se resume en dos palabras, mal que les pese a algunos. Star Wars. Y conste que no soy un fan de la saga, ni siquiera he visto todas las películas. Pero el fenómeno social que supuso su estreno hizo que los fans de la ciencia ficción dejaran de ser bichos raros para estar repentinamente de moda. La ciencia ficción ya llevaba décadas inventada, pero de repente salía del armario y lo hacía para quedarse. Y es que, de todas las definiciones habidas y por haber del género, la más acertada sigue siendo esta: «la ciencia ficción es lo que los aficionados a la ciencia ficción decimos que es ciencia ficción».
Con un prólogo así, ya me estaba temiendo lo peor, pero más tarde comprobé con alivio que estaba equivocado. Elaborar una antología es tarea complicada, porque al tratarse de relatos variados, siempre habrá unos que gusten más que otros, en función de las expectativas del lector. Lo que sí ha cambiado desde los años treinta o sesenta es la temática. La ciencia ficción es un fiel reflejo de la realidad que impera en el momento en que es escrita. De la preocupación por el Apocalipsis atómico, los mutantes de la radioactividad y las invasiones extraterrestres hemos pasado a la clonación, el ciberespacio o la violencia de género. Es notorio que ésta ha sido una de las premisas de los antólogos y, a mi juicio, lo han conseguido de forma satisfactoria. Asimismo, las antologías siempre han sido un escaparate para descubrir nuevos autores a los que seguir y ésta no es una excepción.
La textura de las palabras, el relato de Felicidad Martínez, tiene una doble carga de responsabilidad: la de ser el que ha dado tema a la portada y la de ser el que abre la selección. En él, la autora demuestra su músculo narrativo al pintarnos una sociedad donde las mujeres son cegadas para vivir en completa servidumbre hacia los hombres. Es tarea complicada contar la historia desde la perspectiva de una persona que es privada desde el nacimiento del sentido de la vista. También resulta fatigoso para el lector seguir la vida de la protagonista desde su infancia a través de 80 páginas de relato que, a pesar de estar bien escrito, deja un poco frío. Cimentar el peso narrativo en el maniqueísmo y en ejercicios descriptivos (muy ingeniosos, eso sí) me ha resultado insuficiente. Tal vez un relato más corto destilaría más fuerza. O tal vez es cuestión de gustos.
El segundo relato tampoco iba a cambiar mi impresión inicial: Separados por las aguas del río celeste, de Aliette de Bodard. Cuando se empieza a citar una retahíla de civilizaciones, razas y nombres alienígenas sin más, se corre el riesgo de aturdir al lector y que éste pierda el hilo y el interés. Al menos, eso es lo que me ha pasado en este caso. Pese a que el tema que subyace, la inmigración, está muy vigente y es tratado con gran delicadeza, a estas alturas del libro ya estaba echando de menos un relato que me impactara de verdad.
Y lo encontré en Las manos de su marido, de Adam-Troy Castro, un autor que me ha sorprendido. En él, trata el tema de las secuelas traumáticas originadas en los conflictos bélicos, cuando los combatientes vuelven a sus hogares. Se trata de un relato de ciencia ficción clásico: parte de una premisa ficticia (¿qué pasaría si se pudiera mantener a un individuo vivo y consciente, a pesar de que solo quede una parte física pequeña de él?) para llevarla a sus máximas consecuencias. Cuando el soldado Bob vuelve a casa, solamente quedan de él sus manos, que son recibidas por su esposa. Ambos han de aprender a vivir en esas nuevas y trágicas circunstancias. Una historia que, a pesar de lo que pueda parecer a priori, no tiene nada de humorístico y permanece en el recuerdo del lector por lo insólito que resulta.
El argentino Germán Amatto demuestra con Pueden llorar ojos no humanos el peligro de los fundamentalismos religiosos. Nada como una buena distopía para mostrar la cara más oscura de la realidad y esta está tan bien lograda que destila opresión en cada línea. Tremendo escritor, del que espero podamos leer algo más. Nos presenta una sociedad dominada por la religión, que lleva a cabo una terrible Inquisición con el fin de controlar una plaga que avanza implacable.
También desde Argentina nos llega Juicio Final, de Carlos Gardini (un gran admirador de George Orwell, a juzgar por este relato). Otra distopía, en este caso de tipo político, en el que la música, las epifanías y la obsesión por el Apocalipsis son la nota dominante. Un relato magnífico, de los que hacen afición. Sin duda, de lo mejor que ofrece esta antología; historias como esta son las que suben el listón.
Todo un descubrimiento, la autora de origen africano Nnedi Okorafor, nos ofrece Araña, la artista. En él trata dos temas tremendamente delicados: el de la violencia de género y el de la expoliación del continente africano por parte de las grandes potencias. Y hay que quitarse el sombrero porque lo hace de una forma exquisita y además nos regala una maravillosa historia de ciencia ficción. El oleoducto que transporta crudo es vigilado por unos robots letales con forma de araña llamados zombis. La protagonista desarrollará una relación muy especial con uno de ellos, que le ayudará a sobrellevar sus penurias.
El relato La Djin, de Pedro Andreu, retrata una relación entre dos miembros de distintas razas. Sin embargo, se trata de un amor imposible, ya que ambos no pueden coexistir en un mismo hábitat. Breve y refrescante, gustará a los amantes de la poesía sobre todo, por el tono en que está narrado.
Llegamos al relato que, para mí, merece el primer puesto de la antología. Greg Egan es una apuesta segura: se trata de uno de los más aclamados autores de ciencia ficción dura. Esta rama del género ahonda en los aspectos técnico-científicos de sus historias y a menudo exigen del lector unos conocimientos profundos de las materias sobre las que tratan. Algunos lectores evitan este tipo de literatura porque en ocasiones puede resultar excesivamente tediosa y por ello es más difícil meterse en sus historias. No obstante, Egan demuestra con su relato Noches de cristal que es posible escribir ci-fi dura y conseguir llegar a todo tipo de lectores. Gracias a su gran habilidad como narrador, es capaz de aportarle al lector con naturalidad toda la información que necesita para disfrutar la historia. Y lo lleva a cabo mayoritariamente mediante los diálogos, contribuyendo a darle dinamismo a la trama. En este caso, la bioética y los dilemas morales que se derivan de jugar a ser Dios con inteligencias artificiales enormemente evolucionadas, que sienten y razonan como seres humanos. Un relato de cinco estrellas, de los que permanecen en la memoria mucho después de leídos y apetece releer.
En el filo, de Ramón Muñoz, es una historia que no deja indiferente: o te encanta o la detestas. Parece una incongruencia respecto a lo que promete el prólogo, puesto que la base de ciencia ficción en este caso es meramente una sociedad distópica. Es, puramente, una historia noir con ambientación cyberpunk. Personalmente, he disfrutado enormemente con este relato y estoy deseando tener la oportunidad de leer más de este autor. Si antes hablábamos de las antologías como una especie de escaparate, Ramón Muñoz es, sin duda alguna, un feliz descubrimiento que llama la atención por lo bien caracterizados que están sus personajes y su maestría en el uso de los diálogos y la acción. Gustará a los aficionados al cómic y a la novela negra más cruda… pero eso sí, con un marcado estilo pulp. Cumple con creces su cometido de coger al lector de la mano e introducirlo en un mundo que se nos presenta nítido (aunque sucio) y en el que sus personajes viven, respiran y mueren. En una sociedad rota, donde la gente se hacina entre la chatarra, un inspector de policía tratará de aclarar una serie de crímenes que no parecen importarle a nadie… salvo a él mismo. Su única ayuda será una mujer entrada en años que le acompañará en su viaje a los bajos fondos portuarios en su búsqueda de la verdad.
Lavie Tidhar se nos presenta como una especie de enfant terrible de la moderna ciencia ficción. De origen israelí, sus escritos guardan estrecha relación con los conflictos de las regiones en las que ha vivido. En el relato El último Osama, nos relata en clave de western las aventuras (algunas veces, delirantemente oníricas) de un cazarrecompensas cuya máxima obsesión es exterminar clones de Bin Laden. Esta historia es una variación de alguna de sus novelas, de temática similar y en ocasiones nos hace pensar que estamos viendo un video de la MTV. Lo digo porque el autor ha tenido la desafortunada idea de introducir párrafos autobiográficos en mitad del relato, en el que cuenta escenas de su vida cotidiana al escribir sus novelas. No recuerdo a ningún otro autor que abuse del autobombo en mitad de uno de sus relatos, pero tal vez se trate de una nueva tendencia rompedora y yo me estoy haciendo viejo.
El hombre que puso fin a la historia: documental es obra del escritor de origen chino Ken Liu. En ella utiliza una sutil y original versión del viaje en el tiempo para mostrarnos los horrores cometidos en la china ocupada de los años cuarenta por el infame escuadrón 751 japonés. Se trata de hechos tristemente reales y se equiparan en crueldad a los cometidos por los nazis durante el holocausto. Implicaciones morales propias del recuerdo de las víctimas, muy vigentes hoy en día, entremezcladas con la controversia de los viajes en el tiempo, sazonan este muestrario de atrocidad humana. Personalmente, prefiero la violencia ficticia a la real y, a pesar de que ya conocía la historia, me ha resultado perturbadora. Para ser un relato que cierra la antología, deja un mal sabor de boca al tratarse de hechos reales. Sin embargo, es necesario recordar los errores el pasado para evitar que vuelvan a repetirse y esta historia, contada en clave de ciencia ficción, consigue ese cometido.
En definitiva, una antología con algunos relatos memorables, que alcanzan la genialidad, y otros bastante más flojos. Sin embargo, la nota global es un notable alto. Las antologías han vuelto, y están aquí para quedarse.