Crítica: «Los Muertos Vivientes: Guerra Sin Cuartel». Fin de un ciclo

Los números de The Walking Dead comprendidos entre el 115 y el 126 (tomos 20 y 21 de Planeta DeAgostini) recogen el final de todo un amplio arco que comenzó muchos meses antes y cuyo desenlace se ha estado gestando desde entonces. Con el subtítulo de Guerra sin Cuartel encontramos una historia que presenta justamente eso… las decisivas batallas entre los distintos asentamientos humanos que hemos conocido en la serie.

Desde aquella inolvidable aparición de Negan y su inseparable Lucille sabíamos que todo iba a terminar de esta forma… en una verdadera guerra abierta entre los seguidores de Rick (y una especie de coalición de grupos de supervivientes) y los Salvadores de Negan. Kirkman ha sabido tejer con su maestría acostumbrada una serie de juegos políticos, de intereses y de movimientos estratégicos hasta tener a todas las piezas dispuestas donde él quería. Nos ha presentado y desarrollado personajes como Jesus, Dwight, Ezequiel, etc. que han pasado a co-protagonizar esta gran serie coral y están diseñados para formar parte importante de esta Guerra Sin Cuartel.

Los asentamientos humanos están cansados de rendir tributo a Negan y sus Salvadores, que no son otra cosa sino extorsionadores sin escrúpulos. Pero tal es su rudeza y agresividad, que nadie ha osado jamás enfrentarse a ellos. Sabíamos que la llegada de nuestros protagonistas iba a cambiar eso. En los números anteriores, como decía, se han movido las piezas… ahora solo queda jugarlas. Hemos llegado al gran momento. Al enfrentamiento final.

Durante estos dos tomos viviremos la guerra en toda la extensión de su significado. Compuesta por pequeñas batallas con las que cortar rutas de suministros o apoderarse de asentamientos rivales. Algunas batallas se perderán, sufriendo las bajas de personajes importantes (nada nuevo para quien conozca el modus operandi del señor Kirkman) y otras se ganaran. A veces se toma la iniciativa y a veces se opta por posiciones más defensivas… Nuestros protagonistas se trasforman en soldados y generales, afrontan su posible muerte para proteger no solo al grupo, sino su idea de un mundo mejor, alejada de tiranos y déspotas representados por Negan y su particular forma de gobierno. El resultado y las consecuencias de esta Guerra Sin Cuartel se van a dejar sentir en el futuro inmediato, consecuencias de temible responsabilidad para Rick y sus compañeros, ahora encargados de reconstruir una auténtica sociedad desde cero.

Kirkman, en definitiva, sigue usando este mundo devastado por los muertos vivientes como excusa para contarnos historias de supervivencia, de personajes sometidos a la infinita presión de ver como todo a su alrededor se desmorona y su único fin es sobrevivir y proteger a los que quieren. En ese sentido, el cómic sigue funcionando al 100%. Charlie Adlard sigue fiel en el dibujo, con sus aciertos y sus carencias habituales. Y es que sin ser un maestro del retrato, no se le puede negar su talento para manejar de forma gráfica el tempo de cada escena, ni su dominio y control en las escenas de acción (que aquí abundan). También confieso mi debilidad por este autor cuando se trata de dibujar a los zombis que, por desgracia, no se prodigan mucho en estos números, ya que no son el enemigo a batir.

Sigue siendo admirable como después de pasado de largo el centenar de números, Robert Kirkman sabe como continuar emocionándonos con las perrerías a las que somete a sus creaciones, como sigue creciendo esta epopeya de supervivencia en intensidad y emoción. Y una vez finalizada esta Guerra sin Cuartel me surge la pregunta: ¿Y ahora qué? Me cuesta imaginar un enemigo más carismático, demente y atroz que Negan sin caer en la repetición, pero tengo la absoluta confianza en este autor que ha sabido mantenernos atrapados durante más de diez años.

Apuesto a que lo consigue durante al menos diez años más.