Crítica: “Las trillizas de Belleville”: La gran animación
Resumen de la Crítica
Valoración
Crítica de la película de animación "Las trillizas de Belleville" de Sylvain Chomet.
Resulta indiscutible que Sylvain Chomet es – a día de hoy- uno de los directores de mayor prestigio y reconocimiento dentro del mundo de la animación. Su reciente participación en uno de los opening de “Los Simpsons” no ha servido sino para confirmarlo y dar un paso más – un paso de gigante- en la difícil tarea de llegar a un gran público más tendente al entretenimiento comercial. Porque lo que hace este francés se llama arte, y ya sabemos que no es sencillo triunfar con el arte en un medio saturado de productos prefabricados y fuegos artificiales. El hito logrado por Chomet reposa en dos aspectos fundamentales: el primero es el haber conseguido imprimir un sello distintivo a su obra, lo que le ha permitido destacar sobre los demás. El segundo punto – y quizás el más importante- es haber logrado captar la atención de una crítica que lo ha colmado de premios y nominaciones de gran prestigio desde los primeros instantes de su carrera.
La obra de Chomet como animador arranca en los años ochenta del siglo pasado, momento en el que empezó a labrarse una buena fama como guionista y dibujante de comics. Pero no será hasta los noventa cuando comience a desarrollar lo que a la larga marcará el punto de partida de su carrera personal. “La anciana y las palomas” (1997) es un mediometraje animado que salió a la luz tras más de seis años de trabajo y que – inesperadamente- recibió un gran espaldarazo internacional. Nominado al Oscar a mejor corto animado y ganador de un BAFTA entre otros muchos premios y menciones, “La anciana y las palomas” se convertirá en un éxito que permitirá a Chomet afrontar el que será su primer largometraje: “Las trillizas de Belleville” (2003).
La película en cuestión narra la historia de cómo una abuela (Madame Souza) emprende un peligroso viaje en busca de su nieto (Champion), un ciclista profesional que ha sido secuestrado por la mafia francesa para utilizarlo en unas singulares apuestas ilegales. Tres son los actos en los que se divide esta trama, claramente delimitados por el Kyrie de Mozart. El primero de ellos se encuentra centrado en la infancia de Champion, un triste niño que ha perdido a sus padres y que gracias a su abuela encontrará una vía de escape en el ciclismo. El segundo bloque nos presenta a un Champion convertido corredor profesional y que será raptado durante su participación en el Tour de Francia. El tercer acto – el más largo e importante- es el que conduce a Madame Souza hasta la gran ciudad de Belleville, lugar donde su nieto se encuentra retenido.
Conocida la historia, es momento de señalar que lo importante de esta no es lo que cuenta, sino el cómo es contada. “Las trillizas de Belleville” ha sido concebida como una obra visual. Superada una sorpresiva introducción – que no es sino un homenaje a los dibujos animados de principios del siglo XX- el espectador se va a encontrar ante un mundo de bellísimos escenarios cargados de detalles y guiños complacientes. Por ellos irán apareciendo variados y pintorescos personajes que se comunicarán mediante gestos, ruidos y sonidos. De esta manera, como ya ocurriera en “La anciana y las palomas” – y tal como volverá a ocurrir en “El Ilusionista” (2010)- el diálogo está reducido a momentos muy puntuales. La imagen es – por sí sola- capaz de transmitir toda la información que el espectador debe conocer y esto – a su vez- permite dar a “Belleville” una personalidad propia.
Pero el sello de Chomet no se reduce solamente a la falta de palabra en sus trabajos. La principal seña de identidad es el carácter extremadamente caricaturesco con que el francés ejecuta a sus personajes. Finísimos ciclistas de piernas hipertrofiadas. Mórbidas mujeres que aplastan a sus insignificantes maridos bajo sus opulentos culos. Horrendos barcos cuyos cascos se estiran hasta los cielos. Todo en “Belleville” resulta hilarantemente grosero, ridículo y exagerado. Y fuertemente ligada a esta comedia, está la crítica social. La monstruosa megalópolis de Belleville – una especie de Nueva York satirizada- se presenta como el paradigma de una sociedad consumista que se ha olvidado sus raíces. Alimentados por comida basura, grotescos monigotes arrastran sus obesos cuerpos entre exorbitantes rascacielos a cuyos pies, sin embargo, se encuentra la miseria y los restos de un pasado glorioso.
La desbordante imaginación, genialidad y originalidad de “Las trillizas de Belleville” fueron hechos suficientes para aupar a Chomet hacia la fama, siendo reconocida su obra con dos nominaciones a los premios Oscar: mejor película de animación (que finalmente acabaría ganado “Buscando a Nemo” (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003)) y mejor canción original por “Belleville Rendez-vous” cuya letra fue escrita por el propio director francés. Crítica y público quedaron rendidos ante una rareza francesa que llegaría a amasar la nada desdeñable cifra de catorce millones de dólares en taquilla, de los cuales la mitad vinieron de los Estados Unidos. Un buen ejemplo para ver lo importantes que son los premios para este tipo de trabajos.
Es muy posible que muchos puedan considerar “Las trillizas de Belleville” como una de las mejores películas animadas – si no la mejor- de la pasada década. A otros – al contrario- les espantará por su marcada extravagancia. Supongo que dependerá de la personalidad de cada uno el llegar – o no- a apreciar un trabajo que – vuelvo a insistir en la idea- debe ser considerado como una obra artística y no como una cinta convencional de entretenimiento. Hay que saber apreciar el esperpento; los rocambolescos personajes que pueblan la pantalla; los sueños buñuelescos del perro de Champion… detalles que en su conjunto ofrecen una cinta única y extraordinaria fruto de la pasión de un virtuoso hombre llamado Sylvain Chomet.