Crítica: “El Reloj del Juicio Final”. Reto superado.
Me imagino la cara que pusieron los astrofísicos estadounidenses en 1962 cuando JFK anuncio que Estados Unidos enviaría al hombre a la Luna. La misma cara debieron poner en DC cuando sus responsables decidieron traer a la continuidad base el universo Watchmen. Algo así solo puede pilotarlo el mejor, y el mejor de la editorial para una cruzada como esta es Geoff Jones. El respeto de tal misión solo es comparable con el vértigo que produce solo imaginarlo, pero el coche de carreras más sofisticado del planeta solo puede ser conducido por un número uno, y no está descartado el accidente mortal. Desde luego, la carrera encargada al guionista es temeraria y peligrosa pero llena de grandeza y responsabilidad, lo que supone un reto para cualquier autor enamorado del género que nunca podría ser despreciado. A pesar de las peligrosas curvas del camino, donde bien pudo haberse salido de la carretera dando vueltas de campana mortales de necesidad, llega a la meta con apenas arañazos en el chasis. Eso sí, no bate ningún récord de velocidad. Hubiera sido imposible, porque la memoria artificial del vehículo tenía interiorizada que esta carrera ya se corrió en su día batiendo todos los récords.
En un principio se aprecia cierta rigidez en el discurso y desarrollo de los personajes, el misterio se presenta de forma lento y algo intermitente, todo ello para focalizar la atención en los principales personajes del punto de arranque, pero es el reventón de las fases principales de la obra de Moore lo que más llama la atención, impidiendo detenernos en las novedades mitológicas del universo Watchmen en paralelo a las extrañas situaciones experimentadas en la continuidad tradicional, intuyendo su impacto al contemplar un statu quo social y geopolítico importado del cómic original. En el momento en que ambos mundos se mezclan no es cuando realmente se abren los distintos caminos que van a conducirnos hacia su final siendo a partir de ese momento, agotado un tercio más o menos de la obra, cuando las cartas se ponen sobre la mesa.
No voy a negar la presencia de varias trampas y que con algún personaje relevante fluye una sensación negativa de estupefacción, pero en el momento en que se produce ese pensamiento aprecio intervenciones editoriales en la toma de decisiones que me permiten indultar a Johns (aunque mi subconsciente es bastante generoso ya que me lanzo un triple al desconocer si estas introducciones no han sido decisiones tomadas únicamente por el escritor, y no menciono a los personajes para no chafar la lectura). Siguiendo con los personajes, se crean nuevos, con muchas influencias de ambos mundos que pueden dar carta de naturaleza a historias bastante potentes en un futuro. Del mismo modo, se exploran matices subjetivos de personajes claves del mundo Watchmen que pueden trastocar lo escrito por Moore, por lo tanto, en lo que respecta a la mitología creada por el escritor inglés, es un suma y resta continuo.
Lo mismo ocurre con el propio análisis del universo DC, dónde importa los elementos más relevantes de Watchmen en relación a la conspiración y a las crisis internacionales para poner patas arriba la estructura de la sociedad estadounidense de la ficción deceíta sobre la convivencia de metahumanos con gente corriente. Estás ideas llevan a la sorpresa, pero inevitablemente pueden crear fuertes dolores de cabeza o un cierto malestar nostálgico al lector más apegado a la continuidad, por aquello del desequilibrio en la verosimilitud argumental de hitos construidos a lo largo de los años cuando se introducen conceptos en retrocontinuidad que abarcan los mismísimos orígenes de la editorial desde la creación de Superman. Si estas decisiones se contemplan para esta obra en concreto o para algo más a desarrollar con sentido en un futuro, provocará que se le pueda tener más en cuenta o todo lo contrario.
No obstante, estas parcelas tan arriesgadas que coinciden con el mcguffin añejo de Watchmen (en cuanto al fondo) se contagia al universo tradicional y le otorga un sentido propio a esta obra como ente independiente que casa muy bien con el trasfondo y atmósferas de la obra de Moore, por lo tanto considero que hay coherencia en este aspecto para obtener ese resultado autónomo.
En mi opinión, lo más relevante, llamativo y potente del volumen ocurre en el momento en que se abandona el pesado lastre que supone meter el bisturí en algo tan perfecto cómo es la obra de Moore. Cuando Johns sale del quirófano y se toma un respiro. Cuando se encarga de aprovechar las posibilidades totales del Dr. Manhattan para trabajar en sus especialidades, la mitología del superhéroe, la de Superman y la de la propia DC, sin olvidar por un momento la vocación entretenedora del género. Esa liberación, aparte de conseguir un hito argumental metalinguistico muy notable y un homenaje a los entresijos editoriales bien gestionados de la pirámide mercantilismo/edición/arte, consiguen una comunión total entre profesionales y lectores.
En cuanto al arte de Gary Frank, se nota pasión y dedicación en un encargo de tan enorme responsabilidad. Visualmente consigue desarrollar de forma clara y con sentido la cantidad de elementos conceptuales del escritor. A pesar de que ejecuta recursos secuenciales bastantes rígidos al respetarse los esquemas secuenciales de Gibbons, obvia la ingeniería artística que el dibujante inglés proyectó en la obra original por un estilo de secuencia totalmente deudor del mundo audiovisual. Aún así, se aleja de la alegría gráfica palomitera de eventos de este tipo al verse sujeto a contener momentos superheroicos que de ser otro el origen, hubieran sido más espectaculares en los momentos de acción característicos del género.
La cantidad de primeros planos hace que el lector se convierta en un testigo invisible directo de los hechos restando potencia visual a esa espectacularidad a la que que nos hemos referido anteriormente. Pero eso tiene cierta lógica porque no nos encontramos con un evento tipo la guerra de los Sinestro Corps o la de Atlantis. Aquí pesa el esquema secuencial a lo Watchmen y exige más contención que la amplitud de la acción a campo abierto. Sin duda, el trabajo de Frank ha tenido que ser de órdago en cuanto al aspecto formal, puesto que apenas ha podido salir del esquema de siete-nueve viñetas por página más allá de alguna splash page que le haya hecho el camino más cómodo. Se ha debido que comer el coco bastante tiempo para conseguir un resultado gráfico tan bueno y la sensación que me produce el exámen de cada página me lleva a la conclusión de que no conozco un autor mejor que este para escribir algo como lo que ha construido el señor Johns.
Si nos quitamos el velo del prejuicio, ampliamos horizontes, aceptamos que estamos ante un evento editorial y la inicial e inevitable rigidez mental la transportamos a ámbitos más sueltos y cómodos del género, considero la lectura totalmente disfrutable. Y si además nos introduce en una aventura de misterio y conspiración bastante potente, junto con un análisis reflexivo, puntero y metalingüístico de Superman y de la trayectoria editorial en los periodos históricos editoriales de DC, que trastoca de forma respetable y sólida una historia editorial de ochenta años, la experiencia alcanza niveles de satisfacción muy altos.
Doomsday Clock 1 a 12 USA, DC Comics. El Reloj del Juicio Final, ECC Ediciones. Cartoné. 456 págs. Color. Pvp: 42 €.
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“Tratándose del Dr. Manhattan...las coincidencias no existen”
Una gran ventura de misterio y conspiración con un certero análisis reflexivo y metalingüístico de de la trayectoria editorial de DC en general y de Superman en particular.