Crítica de «La isla en el fin del tiempo», de Miguel A. Naharro
Resumen de la Crítica
Sentido de la maravilla
Adictividad
Edición
Entretenida
Una historia épica de aventuras, plagada de efectos especiales y situaciones límite.
Una de las novedades más esperadas para los aficionados al pulp, y a la literatura fantástica y de aventuras en general, ha sido, sin lugar a dudas, la nueva entrega de las aventuras de Jonathan Baker, más conocido como «la Garra». Desde que viera la luz la novela La maldición de la diosa Araña, de Dlorean Ediciones, en diciembre de 2012, se ha venido especulando sobre la continuación de una saga que pretende ser longeva, al estilo de las de Doc Savage, La Sombra o nuestro El Coyote.
Para quien no conozca al personaje, se trata de un intrépido arqueólogo al más puro estilo de Indiana Jones, pero que ha adquirido superpoderes en uno de sus viajes por el continente negro. En concreto, su mano derecha puede convertirse en una garra púrpura capaz de concentrar energía mágica en forma de rayos, vibraciones y demoledores puñetazos. También tiene aumentadas sus facultades físicas y puede sanar sus heridas con una rapidez que ya la querría Lobezno para sí.
Sus aventuras transcurren en los convulsos años cuarenta, en plena II Guerra Mundial, con los nazis y los japoneses como perfectos y malvados enemigos recurrentes. Le acompañan diversos personajes, como la aviadora alemana Walkiria y algún otro que se sumará a la fiesta más tarde.
En esta ocasión, Jonathan Baker no tendrá que viajar alrededor del mundo, como en La maldición de la diosa Araña, sino que la mayor parte de la acción transcurrirá en una misteriosa isla perdida en mitad del océano; un lugar enigmático en el que todo puede ocurrir. En su búsqueda de una misteriosa piedra roja a la que se le atribuyen propiedades mágicas, sufrirá la persecución de soldados del Imperio de Japón, al mando del comandante Suratai y el mayor Nogura (el primero es un cerebro con ojos que flota en un tanque de líquido provisto de tentáculos a modo de extremidades; sí, habéis leído bien). Él y el resto de tripulantes del barco Banshee se verán arrastrados a una isla cuyos habitantes son tan extraños como hostiles. Allí encontrarán dinosaurios, seres humanos procedentes de diversas épocas de la Historia y mortales enemigos, además de algún que otro aliado inesperado.
Al mismo tiempo que tratan de desgranar el misterio que se cuece en las entrañas de la isla (uno de proporciones cósmicas), deberán hacer frente a los agentes japoneses, con el mayor Nogura y su katana encantada buscando vengarse de Baker.
Llama la atención la presencia entre la tripulación del Banshee de un maquinista muy especial, que no es otro que el también escritor (quien además, dicho sea de paso, apunta muy buenas maneras) Jerónimo Thompson, al que el autor ha querido dar un papel en su novela. Tampoco se ha podido resistir Naharro a la tentación de incluir dos personajes clásicos de la época dorada de los pulps, ya libres de derechos de autor. Uno de ellos (que no revelaré para no chafarle la sorpresa a quienes no la hayan leído todavía) muy conocido, y la otra no tanto. De este segundo personaje diré que ya iba siendo hora de que alguien lo rescatase del olvido, si bien el autor ha decidido no explotar su lado más macabro y oscuro, que quizás habría chocado demasiado con el tono general de la obra.
Dicho esto, quisiera hacer un inciso respecto a la inclusión de este tipo de cameos en las nuevas novelas. Últimamente proliferan las historias que apelan a la nostalgia de los lectores asiduos de literatura popular, incluyendo apariciones (a veces meramente testimoniales o simbólicas) de todo tipo de referencias externas. Lo que en principio puede ser atractivo para cierto sector de lectores, puede acabar aburriendo si se toma por norma general. Algunas novelas parecen la versión pulp de Scary Movie o un álbum de cromos, donde el carrusel de apariciones estelares aparece metido con calzador y menoscaba tanto la trama como el ritmo narrativo. Este no es el caso de La isla del fin del mundo, pues Naharro ha sabido integrarlos en la novela sin que resulte demasiado forzado.
Sin embargo, sí se aprecia un exceso de personajes secundarios que a veces resultan un tanto repetitivos en sus motivaciones y personalidades, sin espacio para profundizar más en ellos. De hecho, otros autores habrían aprovechado el arco argumental de esta novela para sacar una trilogía.
Por otra parte, se echa en falta en algunos pasajes una mayor elaboración de ciertas escenas que son referidas por el narrador, cuando tal vez se les habría podido sacar un mayor partido mostrándolas de la mano de los protagonistas. Esto era un recurso bastante habitual en las novelas de la época dorada de los pulps, por lo que también contribuye a otorgarle ese sabor añejo que tanto gusta a los nostálgicos.
Se trata de una historia directa, sin cortapisas ni profundas reflexiones existencialistas. Acción pura a raudales y ni un solo respiro al lector, siendo prácticamente imposible dejarla a medias una vez se empieza. Participa de multitud de situaciones y características que harán las delicias de los lectores habituales de cómics. Villanos obsesivos, héroes intrépidos y ligones, diálogos plagados de frases lapidarias, situaciones recurrentes del cine de acción de los ochenta… No nos engañemos, en La isla en el fin del tiempo no resulta demasiado complicado adivinar qué va a pasar a continuación, pero aun así es cien por cien disfrutable, pues a veces es precisamente eso lo que nos apetece leer: historias fáciles de digerir, contadas en nuestro mismo lenguaje.
En definitiva, una novela que logra sobradamente el objetivo de entretener, pero que al mismo tiempo resulta muy mejorable en cuanto a su presentación final. A un autor como Miguel Ángel Naharro, al que aprecio y admiro por su dedicación, aunque parezca que acabo de darle un tirón de orejas, hay que exigirle mucho más que al resto. Todavía estoy esperando leer al autor que se adivina entre sus líneas, ese demiurgo pertinaz que es capaz de transportar al lector a los reinos de su imaginación sin que se noten las costuras de su obra. Estoy seguro de que, más pronto que tarde, aparecerá de forma definitiva y entonces lo hará para quedarse. Y ahí estaremos nosotros para leerlo, como siempre.