Críticas de cine

Crítica: «This must be the place». Puro maquillaje

Resumen de la Crítica

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En el cine, todo viaje representa una aventura. Lo que se evidencia en el mundo exterior como el tránsito de un lugar físico a otro implica en realidad una transformación en el interior de los personajes que lo emprenden.

This Must Be the Place (2011), coproducción ítalo-franco-irlandesa dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino, se centra precisamente en eso. Ahora bien, el viaje que vemos en esta película tiene ciertas particularidades: su protagonista es nada menos que Cheyenne, una estrella de rock en decadencia que debe encontrar a un criminal de guerra nazi que torturó a su padre recién fallecido. Claro que hace 30 años que Cheyenne no tiene relación con su padre, por lo que el viaje será uno de autodescubrimiento.

Por más original que parezca esta idea, el filme tiene una pobre ejecución, no tanto desde lo técnico donde, como viene ocurriendo desde hace ya varios años con el cine europeo independiente, se destaca todo lo relacionado con la fotografía, como la composición de los encuadres y los movimientos de cámara. Pero sí falla en cuanto a varios aspectos de su puesta en escena.

Nadie discute la capacidad actoral de Sean Penn, probablemente uno de los últimos grandes actores surgidos en la década de los ’80, capaz de camuflarse en un terriblemente caricaturesco Cheyenne, un híbrido entre un vampiro y una viejita octogenaria salido de un videoclip de The Cure. La forma de hablar –que remite a esos personajes monótonos y grises de Robert Bresson– y de caminar –cancina y abatida al extremo– sólo pueden ser logradas por actores del calibre de Sean Penn. Son grandes aportes a un personaje que, sin embargo, está al borde de la exageración.

En este sentido, es clara la intención del director por retratar a Cheyenne y quienes lo rodean como meras caricaturas –véase si no el caso de la esposa del cantante– así como burlarse de los estereotipos –el agente de bolsa, el yuppie, el joven empleado de cadena de comidas rápidas, etcétera. Estas caricaturas generan un claro distanciamiento del espectador para con los personajes, lo cual le juega en contra al filme en su conjunto.

Estamos frente a una película densa, demasiado solemne. La actuación de Sean Penn, si bien logra contrarrestar algo esas capas gruesas de silencios y escenas que se estiran sin mucho que decir, está al borde de caer en lo que le viene ocurriendo a Johnny Depp con sus últimos personajes: que la caricatura se termine imponiendo por sobre la historia. Y cuando el filme termina, uno tiene la sensación de que pasaron dos horas para una historia que tranquilamente se podría haber contado en muchos menos minutos.

Un filme que recordé mientras corría el metraje es The Straight Story (1999), esa bella película del gran David Lynch. En aquel filme también hay un viaje por parte de un personaje bastante particular. Pero lo genial es que no se necesitan kilos de maquillaje y fijador de pelo sobre éste para generar interés. Ni tampoco personajes extravagantes a lo largo del recorrido para hacerlo más atractivo. Se trata justamente de un hombre simple frente a un conflicto simple. This Must Be the Place tiene escasas luces en un guión que se va evidenciando minuto a minuto, demasiado condimento y muchas pretensiones. Como el rostro de Cheyenne, es puro maquillaje.

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