Crítica: «Hara-kiri, muerte de un samurai», somnolienta épica oriental
Resumen de la Crítica
Valoración
A principios del Siglo XVII tuvo en lugar en Japón la batalla de Sekigahara, sería el punto final a un largo período bélico que mantenía separado y en constantes guerras al país. Tras esta batalla, Japón vivió unificado y en paz durante más de 200 años. Una época de prosperidad nunca antes conocida que, paradójicamente, supuso la decadencia para una de las castas más importantes del país: los samurais.
Condenados a renunciar a sus principios, tuvieron que dedicarse a labores muy distintas de las que ellos pensaban y se sustentaban realizando trabajos artesanales, de agricultura, etc… Además, los nuevos samurais, los hijos de los que habían combatido en Sekigahara, no conocían la crudeza de la guerra ni la violencia del combate.
Llegó un punto en el cual la pobreza de esta casta obligó a buscar "ingeniosas" soluciones, como la que da origen y supone el punto de partida de esta película: un samurai, cansado de vivir esta indigna situación, decide cometer el suicidio ritual, el seppuku o hara-kiri. Para no perder honor y caer muerto en "cualquier sitio", pide permiso al señor de una gran casa para cometer dicho suicidio en su patio. Esto supone un compromiso para la casa y, agobiado, el señor de la casa decide dar un trabajo digno al samurai y así devolverle la dignidad y evitar su muerte. Rápidamente la noticia de este suceso corrió por todo Japón y eran muchos los samurais que decidían simular su deseo de hacerse el hara-kiri en la casa de algún gran señor. Así obtenían todos un trabajo, algo de dinero…
¿Pero que pasa cuándo una de esas grandes casas se niega a seguir sustentando esta farsa y obliga al samurai a suicidarse de verdad?
Así comienza Hara-kiri, muerte de un samurai. Y realmente el principio es absolutamente magistral, lleno de una tensión y una emoción bien transmitida, que hace empatizar tanto con el samurai como con el "señor" de la casa. Lo que más tarde será un problema, aquí funciona a las mil maravillas… me refiero al ritmo de la película. Efectivamente, en este sentido, la película es muy japonesa: un ritmo narrativo pausado, con abundantes silencios y secuecias largas. Los primeros 40 minutos del film encuadran con mucho acierto con esta forma de hacer cine, ya que la reflexión y las conversaciones intimistas ayudan a acentuar la tragedia argumental. Desgraciadamente, al continuar la película con la retrospectiva de los personajes y contarnos sus historias, el ritmo pausado se mantiene, lo que hace de la narración una insufrible tortura que hará roncar a la mayoría de los espectadores. Solo el aficionado a este tipo de cine o aquel que se deleita con pasajes costumbristas japoneses, podrá disfrutar con esta parte del film. La última parte, la que supone la resolución de la historia, vuelve a traer drama y tensión, de forma acertada y muy disfrutable… pero tras esos largos minutos de inmovilismo es dificil que el aburrido espectador vuelva a conectar con los personajes y sus motivaciones.
No se puede decir que el trabajo del director (el curtido Takashi Miike) sea malo, usa con sabiduría la cámara y sabe qué es lo que quiere contar. Tampoco los actores hacen un trabajo mediocre, transmiten en todo momento la carga emocional que cada uno soporta con un trabajo tanto de gestos como corporalmente muy digno de alabar. ¿Qué falla? Por enésima vez: el ritmo.
Definitivamente Hara-kiri no es una mala película, es otra forma de concebir el cine que aquí no estamos habituados a ver. Quien desee ver una película de samurais, con batallas y acción, debe huir de ella. Si eres uno de esos espectadores enamorados de la estética y cultura japonesa medieval y te gusta este tipo de cine, podrás disfrutar de su encanto, que lo tiene. Pero el resto, ya sabeis, aquí tenéis un poderoso analgésico que no deja efectos secundarios.