Crítica: «Argo». Confianza ciega
Resumen de la Crítica
Por otro lado, como guionista y director ha sabido construir una carrera envidiable y absolutamente sólida. En este sentido, vale recordar que a sus 25 años se hizo acreedor de un premio Oscar junto a su amigo Matt Damon por el guión de Good Will Hunting (1997), muy exitosa película independiente dirigida por el prolífico Gus Van Sant. Su labor como director no ha sido menor, brindando dos de los mejores thrillers de la última década, Gone, Baby, Gone (2007) y The Town (2010), en los que también oficia de guionista.
Su última obra, Argo (2012), lo encuentra delante y detrás de cámaras una vez más así como en el rol de productor junto a George Clooney, y puede decirse que lo confirma como el realizador joven más importante de Hollywood al igual que un heredero directo de Clint Eastwood, el último gran autor clásico de la capital del cine mundial.
A fines de 1979 estalló una revolución popular en la República Islámica de Irán. El Shah, quien había llegado al poder en 1953 de la mano de un golpe de estado impulsado por los Estados Unidos, es depuesto en cuestión de horas. Durante un cuarto de siglo, aquel gobernante se había dedicado a imponer un gobierno autoritario plagado de represión y tortura para aquellos que no se alinearan al régimen. Mientras la población sufría dichos atropellos y vivía en la pobreza extrema, el Shah llevaba una vida de opulencia desmesurada. Apenas estalló la revolución, el dictador se alojó en la embajada estadounidense en Irán. Miles de ciudadanos iraníes se acercaron allí y tomaron la embajada. Decenas de empleados fueron retenidos como rehenes y sólo seis de ellos pudieron escapar, siendo alojados en la embajada de Canadá a riesgo de ser descubiertos y ejecutados públicamente en cualquier momento. Dos meses después, los seis refugiados fueron rescatados por el agente de la CIA Tony Méndez, luego de hacerse pasar por un equipo de filmación canadiense en busca de locaciones para una película de ciencia ficción.
Por tratarse justamente de un hecho histórico, todos estos son datos conocidos, especialmente después de que el expresidente Bill Clinton ordenara en 1997 la desclasificación de la operación secreta, que permitió conocer la totalidad de los detalles de la misma. El periodista Joshuah Bearman escribió un artículo describiendo los pormenores del asunto, y años más tarde Chris Terrio se basó en aquel artículo para elaborar un guión de largometraje.
Los aspectos que hacen a Argo una película imperdible son muchos. En primer lugar, hay que destacar el pulso narrativo superior de Affleck para mantener el suspenso y la tensión en cada una de las escenas. Como se dijo, el final del relato es conocido, pero Affleck, apoyado en un excelente guión de Terrio, logra elaborar secuencias totalmente atrapantes con elementos minúsculos como una frase o una mirada o confiando simplemente en recursos primarios del cine como el montaje paralelo. Estamos en presencia de un director que conoce en extremo las historias que cuenta y es un experto en el manejo de los tiempos narrativos clásicos, superándose como narrador película tras película. Por ello, la comparación anterior con Clint Eastwood no está demás, ya que el longevo realizador muestra las mismas virtudes en su más reciente opus, J. Edgar (2011). Además, el trabajo actoral de Affleck como el héroe anónimo Tony Méndez es medido y calza justo para un intérprete de sus características.
En segundo lugar, si bien no abusa de guiños cinéfilos como ocurre muchas veces con el cine de Tarantino, por ejemplo, Argo se nutre de muchas citas a las mejores películas de suspenso y ciencia ficción para alimentar la línea narrativa principal que toma la ya clásica estructura del ‘cine dentro del cine’. Aún más, utiliza un humor muy ácido para referirse a la industria hollywoodense, lo cual actúa en provecho del ritmo de la cinta ya que sirve para aminorar la tensión de escenas anteriores. Los personajes de John Goodman y Alan Arkin, ambos de breve pero soberbia actuación, son un fiel reflejo de esto.
Por último, lo que hace a Argo una de las mejores películas del año no son únicamente sus méritos técnicos –fotografía, montaje, música, diseño de producción–, la más que obvia metáfora que hace al argumento principal del filme –la que propone al cine como una herramienta liberadora–, o la solidez y belleza de la progresión de la historia que relata. El eje central de la cuestión reside en que Affleck, tal como su personaje Tony Méndez respecto de su plan para rescatar a los rehenes, confía ciegamente en el poder del cine para transmitir emociones a través de esta historia. Con una transparencia narrativa como sólo la tradición del mejor cine clásico puede ofrecer, el director rehúye de sentimentalismos baratos, golpes de efecto y cualquier exhibición ideológica para mostrar con honestidad a sus personajes tal como son, en toda su simpleza, lo cual los convierte en los más puros y fascinantes de todos.
Por todo esto, Argo ya se ha ganado un lugar en el panteón de las grandes historias clásicas que ha dado el Hollywood moderno, y Ben Affleck va camino a convertirse en uno de los grandes autores cinematográficos del siglo XXI.