Crítica: «El irlandés». Una historia sincera
Resumen de la Crítica
Valoración
Los resultados distan de ser decepcionantes. Muchas de las películas inglesas más exitosas de años recientes son producciones independientes de muy bajo presupuesto, sustentadas por guiones efectivos. Además, estas propuestas atraviesan un arco genérico bastante amplio. Son ejemplos el drama Tyrannosaur (2011), la inquietante Kill List (2011) y The Guard (2011), estrenada en España como El Irlandés, una muy divertida comedia de humor negro.
El planteo de The Guard no es enteramente original. Se trata de la historia de Gerry Doyle –un soberbio Bendan Gleeson–, un oficial de policía de un pequeño pueblo irlandés que se verá envuelto en una trama policial relacionada al contrabando de drogas. En el camino conocerá a Wendell Everett –encarnado por Don Cheadle–, un agente del FBI que es el reverso exacto de Doyle. En pocas palabras, una buddy movie ambientada en un contexto de “pueblo chico, infierno grande”.
El protagonista es la cima de lo políticamente incorrecto. Es poseedor de una llamativa despreocupación por su oficio y por ciertos valores morales necesarios para su tarea. Es dueño de un humor sardónico único, mujeriego, adicto al whisky y a la cerveza y, cada tanto, a las drogas duras. Como si fuera poco, es grosero y cuenta con una alta cuota de racismo, lo cual le ocasionará más de un conflicto con el agente Everett, un hombre de raza negra orgulloso de su identidad.
El gran mérito del filme, y lo que lo califica como ciertamente novedoso, es la construcción de la puesta en escena al servicio del particular punto de vista del oficial Doyle. El guionista y director John Michael McDonagh tiene muy en claro que la historia no puede ser contada sino a través de los ojos de este particular oficial de la ley. De ahí que construya un relato de puro humor negro, donde la muerte y el delito son vistos con el mismo cinismo que domina la mente de Doyle.
En este sentido, es muy interesante el tratamiento que The Guard hace sobre el tema de la muerte. McDonagh utiliza recursos básicos del lenguaje cinematográfico como el fuera de campo o los desenfoques para retratar aquellos momentos en los que la muerte coquetea con la fibra más íntima de Doyle. Es en estos momentos cuando el filme adquiere un tono solemne y reposado, pero bajo una capa de sutileza y respeto para con el espectador. En contraste, cada vez que el policía corre serio riesgo de muerte en alguna actividad relacionada con su oficio, estos momentos se extienden, invadidos a su vez por un halo de comedia sostenida en ingeniosos diálogos y el absurdo de dichas situaciones.
De esta manera, McDonagh evidencia su amor incondicional para con sus personajes. Está dispuesto a reír junto a ellos, e incluso a reírse de ellos –sin llegar a la burla o a la parodia–, pero también a respetarlos en su dolor. Lo que se dice un verdadero acto de honestidad para una película simple y, justamente, profundamente sincera.