Crítica: «Red Sonja. La cruzada de los niños», el drama de los vencedores

La etapa de Mark Russell a cargo de Red Sonja está llegando a su fin. Podrá gustar o no, pero no se le puede culpar de cobarde. Ha intentado (y creo que conseguido) dar una visión inédita de la guerrera pelirroja, profundizando más allá de lo que nunca antes ningún (o casi ningún) autor había hecho. Si el primer tomo presentaba la situación extraña y peligrosa en la que quedaba la protagonista, y solventaba cada momento con ingenio… el segundo servía como poco más que una resolución rápida al problema, quedando muy por debajo del anterior y haciéndonos temer que la serie caía en picado.

Menos mal que no es así. Este tercer tomo levanta de nuevo la serie y la catapulta a los niveles iniciales. Se podría decir que si en el primer volumen asistimos a los inicios de la guerra y al grueso de la contienda, en el segundo a su resolución… en este tercero somos testigos de las consecuencias de la misma.

En una guerra no hay vencedores ni vencidos, solo víctimas. Como el mismo cómic reza en alguna de sus viñetas.

Es cierto que Red Sonja ha librado a su país de ser invadido por la poderosa nación de Zamora, pero ha sido a un coste terrible. La estrategia de tierra quemada ha dejado a los supervivientes sin suministros y condenados a morir de hambre. Desesperados ante la situación, solo pueden pedir ayuda a una nación que no es, ni de lejos, aliada. Se trata de Khitai, el poderoso imperio del este donde, casualmente, Red Sonja tiene cuentas pendientes y su gobernador está deseando echarle la mano encima. Así, el precio para que ayude a su pueblo, será entregarse ella misma.

Una misión suicida que no resultará como ella preveía y que llevará a Red Sonja a exprimir, de nuevo, sus dotes como estratega y diplomática. Quedando, como resultado, un impresionante y divertido relato que mezcla acción, intrigas y diálogos geniales, repletos de frases lapidarias y momentazos memorables.

El señor Russell tenía muy bien planificada la serie y sus cuatro arcos argumentales. Van a formar un todo y quedarán como una aventura única del personaje. No solemos ver a Red Sonja en situaciones que requieran de mucho diálogo. Lo suyo suele ser arreglar las cosas espada en mano y con poca ropa, por eso se recibe esta etapa como algo nuevo y diferenciador… y ojalá a imitar.

No podemos estar igual de contentos con la parte artística. Bob Q hace un trabajo justito, huyendo de complejidades visuales y apostando por reflejar solamente lo esencial, sin explotar los «caramelos» que le pone en bandeja el argumento de la historia. Esto hubiera sido tremendo si se pone más énfasis en destacar lo terrible que es la utilización de los niños en las guerras (uno de los temas centrales de este arco). Al menos, no es un desastre y no lastra el trabajo de Russell, permitiendo que la historia se lea de manera fluida. Algo es algo.

A la espera del siguiente volumen, que cerrará la etapa… y con la ilusión de saber que Russell no se despide del personaje. La trascendencia alcanzada con esta serie no la afirmamos solo nosotros, pues ha conseguido que Dynamite lanza una segunda colección de la guerrera pelirroja, Killing Red Sonja, en la que el guionista y novelista estadounidense vuelve a hacerse cargo.

Una Sonja diferente pero, paradójicamente, tan fiel al personaje como actualizada… ¡que falta le hacía!