Crítica: ‘El Señor de los Anillos: Las Dos Torres’. Guerra, Drama, Esperanza
Resumen de la Crítica
Valoración
Advertencia: Estás a punto de leer un análisis detallado de la película. Será una lectura larga y LLENA de spoilers.
Continuamos con este maravilloso viaje metiéndonos de lleno en el nudo de la historia, que evoluciona de forma inmejorable. Las tramas se multiplican y complican, llegan nuevos personajes, el dramatismo aumenta, y la calidad se mantiene intacta.
Casi todos coincidiremos en que estamos ante una sola película de 9 horas dividida en tres, por lo que no podemos llamar a este segundo acto una secuela. Ni siquiera podemos (al menos yo no) asegurar si es mejor o peor menos buena que su predecesora. Esto no quiere decir que no haya diferencias entre ambas, esto no es «más de lo mismo», pues el relato y los personajes avanzan y cambian. No hay ni el más mínimo estancamiento. Así, estamos ante un film más centrado en los diálogos y en la psicología de los personajes, una película mucho más cruda y dramática, lo cual es de una coherencia aplastante. Tal como y acabó ‘La Comunidad del Anillo’, la historia, los personajes y nosotros como espectadores, necesitábamos que el pesimismo lo impregnase todo, para que así el tema central de esta cinta cobre mayor fuerza llegado el momento. Ya hablaremos de eso.
Otra diferencia es que ahora la historia está más enfocada en los Hombres, por lo que vemos desde un punto de vista humano la tragedia que supone esta guerra.
No es de extrañar, por tanto, que el hilo principal sea la trama de Aragorn, que, junto a Legolas y Gimli (el gran alivio cómico del film, muy efectivo, e incluso necesario), sigue buscando de forma incansable a Pippin y Merry, cuya trama, como las del resto, comentaré más adelante por separado (una mera cuestión de organización, pues todas se entrelazan entre sí).
A destacar el momento en el que, creyéndolos muertos, Aragorn empieza a seguir un rastro que revela lo contrario. La alegría que van sintiendo nuestros héroes conforme las pistas hablan se contagia irremediablemente al espectador. Verdaderamente emotivo.
De esta forma, nuestros protagonistas siguen las huellas de los Hobbits hasta el bosque de Fangorn, donde les aguarda un misterioso Mago Blanco. Saruman, pensamos. En absoluto. Ante nosotros, con un brillo cegador, triunfante, se revela un Gandalf que tras su aparente muerte en Moria (ya vimos en la breve y ESPECTACULAR introducción de la peli que su enfrentamiento con el Balrog no fue tan corto como creímos), regresa más sabio y poderoso que nunca. Dan ganas de gritar y aplaudir, pues hay algo en Gandalf, como lo hay en Yoda o Dumbledore, que tranquiliza y reconforta. Con Gandalf, parece que no hay nada que temer. Por desgracia, esto no es así, pues Saruman está a punto de asestar un golpe letal al pueblo de Rohan, que ya lleva un tiempo sufriendo los ataques del hechicero. Hay algo verdaderamente solemne y grandioso en este reino, algo que hace sorprendentemente doloroso su sufrimiento. Por eso es tan emocionante ver llegar, a través de los ojos de la sobrina del rey, Éowyn, a Aragorn y compañía en su ayuda, como si de un milagro se tratase. Pero aún hay algo más emocionante, incluso épico: Saruman, con ayuda del repugnante Grima (nunca un nombre fue tan apropiado), tiene embrujado al rey Théoden para evitar una posible respuesta a sus ataques. Pero ahí tenemos a Gandalf para romper el hechizo. Se le ponen a uno los pelos de punta al ver a este rey, que acabamos de conocer, recuperarse, levantarse, y empuñar de nuevo la espada. ¿Cómo lo haces, Jackson? ¿Como haces que los personajes nos importen al instante?
Siguiendo con Théoden, vemos que, sintiéndose culpable por no haber protegido a su pueblo y por la muerte de su único hijo, renuncia a plantar cara a Saruman, ya que no hay posibilidad de victoria. Así, prefiere refugiarse en el Abismo de Helm. Creo que es muy interesante ver al rey tan derrotado, porque eso, unido a la ausencia de Gandalf, que, asegurando su vuelta, parte en busca del exiliado Éomer (hermano de Éowyn), obliga a Aragorn a tomar la iniciativa en no pocos momentos. Poco a poco, Aragorn debe afrontar la responsabilidad de su linaje y aceptar su destino, el trono de Gondor. Aunque tenga dudas y ninguna esperanza de resistir el ataque de Saruman y de vencer a Sauron. Que grandísimo personaje. Su valentía y heroísmo están fuera de toda duda, pero también es humano, con sus temores y debilidades. Esto se refleja en su conversación onírica con Arwen, en quién se profundiza considerablemente, así como en la relación entre ambos. Ahí tenemos la escena con su padre, en la que la Elfa se debate entre abandonar la Tierra Media como el resto de los de su raza, o quedarse a esperar a Aragorn, con la esperanza de que consiga salir victorioso y coronarse rey. Es terrible, a la vez que estéticamente precioso, e incluso poético, contemplar el posible futuro que le aguarda, narrado por Elrond. Uno en el que, aun con sus sueños cumplidos, morirá sola y triste. Ante esta situación, Arwen finalmente acepta marcharse, y así la dejaremos por ahora.
Siguiendo con Aragorn, resulta impresionante ver, tras un ataque de orcos en el que se le da por muerto (y que muestra la facilidad de Jackson para sacar épica de cualquier sitio), lo importante que es para todos. Es solo un hombre, pero sin él el resto de personajes lo da todo por perdido. Él, que no tiene esperanzas, es el que da fuerza a los demás, lo cual le obliga a luchar hasta el final, como queda claro tras su reaparición, ya en el Abismo de Helm, donde es el único que se mantiene firme con la fe de resistir el ataque de los 10000 Uruk-Hai de Saruman. Bravo, bravo, bravo.
Con la milagrosa llegada de algunos Elfos dispuestos a ayudar, solo queda prepararse para la batalla. No me cansaré de decir que los minutos previos al enfrentamiento son importantísimos para determinar si la peli cumple su propósito. Si estamos nerviosos, preocupados porque el enemigo parece invencible, pero aun así desearíamos traspasar la pantalla y luchar junto a nuestros héroes, es que se están haciendo las cosas bien. Sobra decir que es el caso de esta cinta. Y la batalla en sí es sencillamente redonda. Perfectamente planificada, clara, emocionante, larga, espectacular… Incluso divertida gracias a Gimli. Una absoluta maravilla.
A duras penas, nuestros protagonistas resisten. Y al amanecer, sin posibilidad alguna de vencer, Aragorn, junto al rey Théoden, se lanza en un ataque suicida contra las tropas de orcos. Pero… Un momento. Aragorn recuerda la promesa de Gandalf. Y sí, ahí esta. Él, Éomer y sus hombres. Señoras y señores, ahora sí podemos gritar de alegría, o todos deberíamos hacerlo, al menos, con la imagen de Gandalf, de un blanco cegador, sumergiéndose con su ejército en la marea de orcos, arrasando con todo. Menudo subidón.
Pero pasemos ya a los cuatro Hobbits, con un recorrido argumental bastante menor pero igualmente interesante. Primero, Frodo y Sam, que tienen un nuevo guía, uno de los personajes más carismáticos de la saga: Gollum. A pesar de su desagradable aspecto, consecuencia de tantos años junto al Anillo, uno no se cansa de verle en pantalla. Esto es obra tanto del impresionante trabajo de Andy Serkis, oculto bajo el CGI (aun hoy, espectacular), como de una psicología fascinante. La conversación que mantiene consigo mismo, esa en la que, al menos por un tiempo, logra expulsar a su personalidad malvada, le deja a uno sin palabras. Uno de los puntos álgidos de la trilogía, sin duda. Esta victoria de Sméagol, la personalidad original, más bondadosa y débil, se debe a la esperanza de Frodo de poder salvarlo. Si puede, también él logrará salvarse. Esto es un punto muy interesante, ya que nos permite ver el temor de Frodo ante lo que podría sucederle. Es muy angustioso, y también muy lógico y coherente, ver a Frodo cada vez más contaminado por el Anillo. Y la verdad es que la elección de Elijah Wood (actor que me resulta bastante grimoso) para el papel se revela ahora como acertadísima, pues es perfecto para reflejar la debilidad de Frodo.
Afortunadamente, conforme Frodo va degenerando, el maravilloso Sam crece, convirtiéndose poco a poco en un verdadero héroe, en la voz del espectador, y en la conexión emocional de este con la película. Pero será en el tercer acto cuando desatará tod su potencial.
Por ahora, el peculiar trío cae preso de Faramir, hermano del difunto Boromir, que, como predice Galadriel en un momento previo del film, tomará una decisión crucial, para bien o para mal, en esta historia. Y es que, como su hermano, pretende quedarse con el Anillo para salvar Gondor, pero, gracias a las duras aunque necesarias palabras de Sam respecto a Boromir, cambiará de opinión y les dejará marchar, no sin antes provocar que Gollum regrese en la mente de Sméagol al sentirse traicionado por Frodo.
Decía al principio de esta crítica que el pesimismo que reinaba era necesario para que el tema del film, tan positivo y emocionante, surtiese efecto. Y antes de que Sam, con un magnífico discurso, nos lo explique, es necesario comentar la trama de Merry y Pippin, ambos acompañados de los Ents, una especia de árboles capaces de moverse y de hablar con una considerable lentitud. Podría parecer que esta línea argumental es la más sosa, pero sirve tanto para que estos dos Hobbits maduren como para darnos el MOMENTAZO de la peli, ese en el que los Ents cargan contra Saruman. Imposible no aplaudir ante semejante escena, pues no solo es una absoluta genialidad que sean precisamente los árboles los que venzan al hechicero, sino que da sentido a lo que nos cuenta Sam.
Ahora sí, hablemos de ese discurso, que tiene lugar justo después de ver a Frodo intentar hacer daño a su amigo (se queda uno desolado), en el que Sam habla de lo que hace especiales a las grandes historias, esas en las que los héroes, por muy mal que estén las cosas, se mantienen firmes y luchando hasta el final por sus ideales, pues, cuando pasen todos los males, cuando se vaya la oscuridad, la luz brillará con más fuerza. Por supuesto, nos está hablando de esta historia, como se ve con ese precioso montaje en el que vemos a Aragorn, victorioso, recompensado por su esperanza de resistir y de que Gandalf volviese, y a los Ents arrasar los dominios de Saruman. Después del sufrimiento que han pasado nuestros héroes, estas imagenes, o la simple decisión de Faramir, este final en definitiva, lleno de optimismo, de vitalidad, es realmente apoteósico.
Sí, esta vez los buenos han vencido, pero como dice Gandalf, la guerra contra Sauron no ha hecho más que comenzar. Mientras, Frodo y Sam, cuya amistad, pese al Anillo, permanece inquebrantable, siguen su camino hacia Mordor, guiados por Gollum, quién planea matarlos.
El viaje está a punto de acabar. Lo veremos en breve, y con ello terminaremos este minucioso y kilométrico análisis. Hasta entonces… ¡A comentar!