Crítica: «El origen de los Guardianes». El despegue de DreamWorks Animation
Resumen de la Crítica
Valoración
Estamos más que acostumbrados a que las cintas de Dreamworks Animation se hayan convertido en una sucesión de gags cómicos (a veces inconexos e infumables, como sucedió con la última entrega de “Madagascar”) que el compuesto “humor Dreamworks” ya se ha convertido en todo un icono en sí mismo. Algo que, por cierto, los amantes de Pixar hemos relacionado muchas veces con la inferioridad del éxito de Dreamworks frente a esta compañía: la mayor apuesta por el sketch cómico en detrimento de una buena historia.
Y es quizá por esto por lo que, con “El Origen de los Guardianes”, la compañía ha decidido despegar y dar vida a unos protagonistas con fuerza (aunque hayan sido arrancados de la cultura occidental más popular y no sean del todo originales), a uno de los villanos que más oscuridad destilan en lo que a cintas infantiles respecta (¿a nadie le recuerda al Hades de “Hércules”, pero sin el punto cómico?) y a una historia coherente, con un ritmo bien logrado y emotiva sin caer en lo sensiblero.
Con un arranque que quita el hipo (empezando por el logo de Dreamworks, que cambia a su niño habitual por un Jack Escarcha suspendido sobre la Luna), vemos esas imágenes de un Jack Frost resucitado que ya nos prometen un largometraje con una belleza visual considerable: un lago helado bañado sólo por la luz de la luna, la naturaleza salvaje y melancólica de los árboles que el invierno ha cubierto de blanco y un muchacho perdido de cabellos plateados que se pregunta, como la mayoría de nosotros, la razón de su existencia. Y es esa búsqueda de su origen lo que será el hilo conductor de la cinta, además de la lucha de los Guardianes contra Sombra, que quiere convertir en pesadillas los sueños de los niños.
Los Guardianes de Dreamworks son esa suerte de “Vengadores” animados y dirigidos por Peter Ramsey, en los que Santa Claus es un matón tatuado hasta las ceja y el Conejito de Pascua se ha convertido en un lanzador de mortíferos bumeranes.
Pero todos, eso sí, de tierno corazón.