Crítica: “La gran belleza”: Apariencia. Decadencia
Resumen de la Crítica
Valoración
Crítica de la película "La gran belleza" de Paolo Sorrentino. Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Se cumplieron los pronósticos. La estatuilla de ‘mejor película de habla no inglesa’ fue a parar a manos de Paolo Sorrentino que, dieciséis años después del triunfo de “La vida es Bella” (Roberto Benigni, 1997), ha vuelto a situar a Italia en el mapa con su obra “La gran belleza” (2013). Parecía poco probable – y así fue- que cualquier otra película pudiera discutirle el Oscar al director napolitano, más teniendo que cuenta de que su principal rival “La vida de Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013) – Palma de Oro del Festival de Cannes- no se encontraba entre las nominadas debido al tardío estreno que tuvo en Francia (solo podían entrar en competición aquellas películas estrenadas antes del uno de Octubre). La cinta de Kechiche tendrá la oportunidad de participar el año que viene si así lo estima conveniente la academia francesa. Mientras tanto, los honores son para Sorrentino.
El telón se levanta y la escena es para la ciudad eterna. Roma. Gloria de la antigüedad, centro del mundo conocido y lugar donde todos los caminos confluyen. Vetusta capital de un desaparecido imperio cuyos ecos de gloria aún resuenan en el presente. Ahí está su Coliseo, sus emperadores y sus dioses. Petrificados a la par que imponentes. Magníficos a la par que ilusorios. Son los vestigios de una ciudad que antaño fue dueña del mundo y que se resiste a aceptar su decadencia. “La gran belleza” es el relato de que toda vida pasada fue mejor. Y que mejor escenario que Roma para tratar este asunto.
Decadencia. Jep Gambardella (Toni Servillo) es un viejo escritor perteneciente a una aristocracia cuya juventud ha sido erosionada por el tiempo. Él no lo sabe (o no quiere saberlo) y niega su triste realidad a través de fiestas repletas de glamour, ruido y excesos. Pero un día, una voz salida de la entrañas de su querida Roma – ¿Acaso el infierno? ¿Acaso el pasado sepultado?- le sentencia a no ser nadie. “Tú no eres nadie”. Y los cimientos de su vida tiemblan por primera vez en seis largas décadas. Mira a su alrededor y no ve nada. Gambardella se encuentra de bruces ante la mayor mentira de todas.
Decía Maquiavelo que no hay mayor don que el de la apariencia. Los turistas observan obnubilados la grandeza que Roma les muestra a través de sus plazas, sus fuentes, sus basílicas y sus monumentos. Magníficas fachadas que no son sino una ilusión de lo que antaño llegaron a ser. Pero Roma es una ciudad orgullosa y sus viejos romanos – como si fueran una extensión de la misma-también lo son. Jamás reconocerán su vacuidad. Prefieren ocultar sus vergüenzas – sus mentiras y fragilidades que dice Gambardella – tras carnavalescas máscaras, mostrándose hermosos e invulnerables, mintiendo y mintiéndose, creyéndose dioses. Todo hueco. Todo falso. Todo mentira. Es patético.
No se salva la iglesia de este elegante descenso a los infiernos que el “La gran belleza”. La centenaria y decrépita Sor Maria “La Santa” aparece arrastrándose pesadamente y asegurando que lucha por los más necesitados. Nadie la hace caso pero todos hablan en su nombre. Enseres que utilizan su santidad aún sin entender el propósito de sus ritos. Obscenos que tergiversan las palabras en su propio beneficio. Todo tiene un opresivo hedor a rancio. Aislada de su alrededor, Sor María masca raíces, porque las raíces – dice- son importantes.
Se cierra el telón y Gambardella sigue deambulando por las calles de Roma mientras afloran melancólicamente dulces recuerdos de juventud. Busca la Gran Belleza, pero no la encuentra. Es el fin de una larga travesía de falsas apariencias. Pesa la vida, se añora aquello que se fue, se tienta a la muerte. Pero todo es un truco. Bla, bla, bla…